Para poder enfrentarse al estrés de la vida diaria, muchas personas recurren a diferentes terapias para poder revitalizar tanto su cuerpo como su mente. En concreto, la terapia Rolfing consiste en una técnica manual que permite manipular los tejidos y reeducar los movimientos personales a través de la alineación del cuerpo con la gravedad y así proporcionar movimientos más coordinados, gráciles y armónicos. Lo que se pretende con este masaje de presión sobre distintos puntos del cuerpo es corregir las malas posturas y las desviaciones que puedan existir en distintas zonas castigadas por el esfuerzo.
Las distintas presiones que el experto realiza sobre el cuerpo del paciente, incrementan el calor sobre los tejidos conectivos, que pueden ser reorganizados para una mejor coordinación corporal. Pero al mismo tiempo, también esta presión activa los receptores sensitivos, y el cerebro manda órdenes a esa zona concreta para que la renovación celular y el movimiento se hagan más frecuentes e intensos.
La terapia Rolfing por tanto, podría considerarse básicamente como una reeducación corporal para alcanzar el equilibrio; partiendo de la idea de que el individuo está desalineado en cuanto a su eje de gravedad, lo que se intenta a través del Rolfing es incrementar el rendimiento del cuerpo para que se consiga esa alineación. A menudo, compara el cuerpo como un conjunto de elementos que tienen que confluir y alinearse para su perfecto funcionamiento, como las partes de una casa, por ejemplo. Al igual que una casa bien construida, cuando el cuerpo se encuentra en equilibrio, el engranaje de músculos, huesos y órganos permite una integración total y armónica para el óptimo aprovechamiento de nuestra energía.
Al experto que practica este método se le llama rolfer; gracias a su intervención se consiguen bastantes beneficios para la persona, como por ejemplo mejorar la postura, conseguir una correcta coordinación y armonía en los movimientos. Asimismo, el paciente también experimenta una mejoría notable en la respiración y la circulación sanguínea. También aprende a ser más consciente de su cuerpo y de sus propias limitaciones, liberándose de los patrones de movimiento que normalmente nos restringen, y alcanzando así un estado de bienestar libre de tensiones y nerviosismo. Al mismo tiempo, se consiguen aprender nuevos hábitos de movimiento que permiten una mejor coordinación de las distintas partes del cuerpo.
Es importante que el paciente entre sesión y sesión ponga en práctica las pautas que el rolfer le indique, y podrá comprobar los adelantos y mejoras en su propio organismo, como por ejemplo el rechazo a malas posturas anteriores y la necesidad del cuerpo de mantener las nuevas, ya que al ser correctas y beneficiosas poco a poco se crea el hábito positivo. Cada sesión tiene unos determinados objetivos, tanto estructurales como funcionales; el rolfer se encarga de manipular las partes del cuerpo que están más dañadas mediante el masaje y la presión en esas zonas, finalizando la sesión con unos momentos en los que observa y valora la coordinación y la percepción de la nueva actitud corporal del paciente.
El objetivo final es que el cuerpo se reeduque y se aprovechen mejor la energía y los recursos del mismo. Tras cada sesión, que normalmente suele durar una hora, los pacientes suelen reconocer que se sienten más ligeros, más ágiles, con una postura más recta y apropiada, y sienten que la percepción del mundo que les rodea ha cambiado. La respiración incluso se hace más profunda y sin tantas restricciones, e incluso el uso de los sentidos se hace más intenso y consciente.